Por qué Alan Moore es la mente más brillante de nuestro tiempo

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Basta escavar un poco, socavar la superficie de una ciudad como Madrid para que haya resurrecciones. Hace unos años, cuando los operarios perforaron el subsuelo de Villaverde, ante la sorpresa generalizada, encontraron vestigios fenicios. No fue un hecho aislado. En varios puntos del mapa descubrieron tortugas de más de dos metros y quince millones de años de antigüedad, diversos microvertebrados y fósiles ancestrales. Memorias impertinentes. Al emerger ese legado secreto algo sucedió. De alguna forma, descubrimos todo eso que a pesar de ser secreto, de no verlo, siempre estuvo ahí. Para Alan Moore, Northampton, su ciudad natal y en la que actualmente vive, es «la capital del mundo». Cuando hace unos años marchó a vivir allí, lo primero que hizo fue desenterrar los fósiles, meter el dedo en la llaga. No encontró tortugas pero sí rastros del paso de héroes y mártires, oscuros poetas, batallas y crímenes. Al sacarlo a la superficie, su ciudad adquirió para él otro significado. Reinventó su mundo.


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