Los cuerpos eléctricos

He oído a alguien decir que los cowboys ya no existen, que un día habitaron la tierra y que de su existencia dan cuenta relatos y películas. Su rastro se perdió cuando viajantes y aventureros confiaron sus sueños a hojas de ruta, líderes y agencias de viaje.


La frontera, un territorio prohibido, aparentemente inhóspito y muchas veces desconocido, era el espacio de acción del mítico cowboy. Más allá de la frontera existía una especie de no-lugar. La movilidad del cowboy carecía de barreras, pero se mantenía siempre dentro de unas particulares cartografías, donde ciertos elementos (una montaña, un desfiladero o un río) delimitaban el territorio.

He oído a alguien decir que los cowboys ya no existen, que un día habitaron la tierra y que de su existencia dan cuenta relatos y películas. Su rastro se perdió cuando viajantes y aventureros confiaron sus sueños a hojas de ruta, líderes y agencias de viaje.

Varios fenómenos en el terreno de la cultura y la política han sido herederos del viejo mito del cowboy. La psicogeografía situacionista, por ejemplo, repensaba esos límites y espacios para de esta manera diseñar nuevos mapas y lugares donde las fronteras se subvertían por nuevos indicadores y mapas alternativos (todo mapa “oficial” no es más que reflejo del poder y la economía). La frontera pasaba a ser una mera construcción histórica, un elemento más que no era respetado más que por su aspecto emocional y de cambio de escenario. Las ciudades eran vistas como fantásticos espacios de interacción entre sus habitantes y también de estos con elementos existentes sobre el territorio. Con ello, se recuperaba cierta parte de lo que se ha venido a llamar “filosofía del cowboy”, según la cual tras una montaña existe otra y se viaja sin plan ni hoja de ruta.

"La frontera, un territorio prohibido, aparentemente inhóspito y muchas veces desconocido, era el espacio de acción del mítico cowboy. Más allá de la frontera existía una especie de no-lugar."

El escritor de ciencia ficción William Gibson reivindicó con frecuencia un tipo de cowboy interestelar, un viajante anárquico desprovisto de más finalidad que iniciar el viaje y avanzar en medio de éste. También el gran Alexander Trocchi, en su paso por las filas situacionistas, reivindicó al cowboy interestelar: el cosmonauta del espacio interior y exterior, alguien encargado de estar siempre ahí, al acecho, conspirando gracias a una especie de “jam sesión cultural”. La cultura oficial se derribaba cuando el caballo troyano irrumpía en su mismo núcleo. Los cosmonautas habían llegado a su destino.

Alexander Trocchi en 1964. Fotografía: The Estate of John Hopkins

Alexander Trocchi en 1964. Fotografía: The Estate of John Hopkins

Aunque los cosmonautas de Trocchi debían interpretarse en un sentido más o menos figurado, otro situacionista, en este caso el venezolano Eduardo Rothe se tomó todo aquello de otra manera: “Los hombres entrarán en el espacio para hacer del universo el terreno lúdico de la última revuelta: la dirigida contra las limitaciones que impone la naturaleza. Y, derribados los muros que separan hoy a los hombres de la ciencia, la conquista del espacio ya no será una escalada económica o militar, sino una floración de libertades y realizaciones humanas conseguidas por una raza de dioses”. Rothe, bien podría decir aquello de “¡Cruel tiempo!” que desfigura a los seres humanos y que, en su caso, terminó sustituyendo el todo (el Universo) por un sistema populista, último artefacto de un socialismo podrido. Fue otro situacionista como Uwe Lausen quién, en enero de 1963, afirmó que “los situacionistas no son cosmopolitas. Son cosmonautas. Osan lanzarse a espacios desconocidos para construir en ellos zonas habitables para hombres no simplificables e irreductibles”. Al mismo tiempo, Lausen hacía referencia a esa forma de cowboy-cosmonauta, heredero del viejo cowboy del western, porque su patria no existía, discurría en un tiempo y una época que negaban la aventura. Su cosmonauta fue el antecedente de las obras de Gibson. Se desplazaba en el tiempo y tras su paso tan sólo quedaba una enorme nube de polvo.

El cowboy de Gibson parece ser, en nuestro tiempo, el último cowboy. A falta de territorios físicos liberados, la disidencia ha desplazado su campo de operaciones al ciberespacio, En este universo, el cowboy es el jugador anónimo, ya sea bajo con o sin el disfraz colectivo de Anonymus, que opera de manera libre en la red. Al existir internet aún de una manera caótica y en gran medida sin centro o mando, el cowboy informático -al que Sterling define como un “tecno-vaquero”- juega desde su terreno (su habitación) y con sus propias cartas (el software libre y aquellas ideas para liberar el territorio).

"El cowboy de Gibson parece ser, en nuestro tiempo, el último cowboy. A falta de territorios físicos liberados, la disidencia ha desplazado su campo de operaciones al ciberespacio, En este universo, el cowboy es el jugador anónimo, ya sea bajo con o sin el disfraz colectivo de Anonymus, que opera de manera libre en la red"

En algún sitio que no logro recordar, alguien dijo una vez que “un caballo no es nada sin ajustar el ritmo de sus patas”. Sospecho que los esfuerzos del cowboy informático son insuficientes, que existe algo que tiene que ver con la falta de ritmo. Siento que, a pesar de todo, se trata de un viaje alienante y heredero de la cultura de plástico. Necesitamos volver a salir a la calle, gozosos y eléctricos, para hacernos con los espacios (con todos, y no sólo los virtuales). Necesitamos a Gibson, pero también a Walt Whitman, quien cantaba a los “cuerpos eléctricos”, pero que no se refería al cowboy del software libre, sino al caminante alegre y a la energía vital vertiéndose a cada paso del camino.

Era un canto a esos hombres y mujeres “firmes, clavados, ligados, abrazados al mismo palo, resistiendo como caballos percherones, amorosos, altivos, y eléctricos”. Muchos de nuestros vecinos, ni más ni menos.